Uno de los momentos más esperados del festival era el momento de ver la última película de François Ozon y no ha sido para menos. Ozon nos ha llevado a los años 80 en el norte de Francia a pasar un verano que no se nos va a olvidar.
Al inicio de la película, el protagonista que nos narra la historia nos cuenta que el otro protagonista va a terminar muerto, no es ningún spoiler, simplemente el inicio de una historia que no sabremos cómo terminará.
Ozon juega con el misterio en la relación de dos jóvenes que comienzan una amistad y que acaba desbocada por la pasión que sienten mutuamente.
La localización que elige el director francés me parece óptima para contar esta historia. Se va a Calais, ciudad que hemos visto poco en el cine francés, marcada por la vida del puerto. Esa zona de la ciudad es la que menos veremos y se centrará en la playa y los barcos recreativos que tienen los locales.
Hay que admitir que no es la mejor película de Ozn, pero sí que la pondría entre las mejores. La historia cuenta una historia de amor entre dos chicos en la que no veremos conflicto por no haber asumido su sexualidad. Es de agradecer que eso no ocurra entre ellos, ya que es un recurso bastante utilizado en historias de amor homosexuales que suele agotar. A pesar de ello, su relación la ocultan y a la apariencia puede que sean amigos.
La manera de tratar la muerte también es bastante peculiar. No es la primera vez que Ozon habla de ella, pero esta vez hace que uno de sus protagonistas esté obsesionado por ella.
La película se presentó en Seccion Oficial y todo apunta a que se podrá llevar algún premio del palmarés.
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