Almodóvar se abre para el público – Dolor y gloria

La magia del cine comienza cuando se apaga la luz de la sala y se enciende el proyector. En ese momento los sonidos e imágenes que percibimos nos crean emociones que no esperábamos. Con ‘Dolor y gloria’ pasa algo parecido, pero la magia comienza antes de entrar en sala. Cuando compras las entradas ya sabes que vas a ver algo especial, aunque hayas evitado entrevistas a Almodóvar o hasta el trailer para poder ir lo más virgen posible a la película. Todos sabíamos antes de entrar en el cine, que íbamos a ver algo especial y por eso estaba lleno. En cuanto se apagó la luz, el silencio se hizo y empezamos a conocer a Salvador, que está en la piscina. Empezamos a conocer sus glorias de cuando era pequeño y su trayectoria profesional, desde el punto de vista actual lleno de dolor físico.

El dolor atormenta, nadie lo quiere sentir en ninguna de sus maneras y es lo que intenta Salvador. Está alejado del trabajo, de la sociedad y casi de sí mismo. Se encierra en sus recuerdos, que a veces le pueden doler, pero no tanto como la espalda o la migraña. De repente tiene un nuevo proyecto que quiere llevar adelante y eso le hace reencontrarse con una persona del pasado con la que no se habla desde hace 32 años. Este encuentro le hace cambiar su relación con el dolor y encuentra otras vías para evitarlo.

Almodóvar cuenta su dolor, el que ha sufrido en la espalda, mediante Antonio Banderas. En muchos momentos me olvido que el actor es Banderas y veo directamente al director manchego en gran pantalla contando su vida. Pero no es Pedro, sino Salvador el que nos recuerda varios episodios de su infancia en el pueblo, en la escuela y en Paterna. Casi siempre acompañado de su madre, dispuesta a darlo todo por su hijo. Esa madre que él cuida hasta el final y termina llevando a su querido Madrid.

En la película se hace un repaso a su carrera, a sus amistades y es por eso que tampoco falta la referencia a Chavela que casi me hace llorar. Ella aparece en una obra que escribe Salvador y que la representa ese actor con el que había perdido contacto (Asier Etxeandia). La película hace sentir el dolor que siente Salvador, pero no el físico, si no el psicológico que le trae la nostalgia.

El dolor parece que apacigua y es cuando Salvador decide volver a rodar. La escena final parece simple, pero está llena de pequeños detalles en la que la hacen metacine. Almodóvar demuestra su amor a la gran pantalla y hace que olvidemos todo lo demás. En cuanto Esther Garcia golpea la claqueta la pantalla cambia de color y aparecen los títulos de crédito. La sensación es general, Almodóvar nos ha dejado emocionados y sabemos que esa magia ha entrado en el pecho de todo el público.

Puede que esta sea una de sus mejores películas y lo que está claro es que esta película dará que hablar y la recordaremos siempre por su elaborado guión y el gran trabajo actoral que hace el equipo elegido por Almodóvar. Es un pequeño regalo que nos hace y que no podemos dejar perderlo, ya que nos dolerá.

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